Chin-Chin va al súper
por Ana María Tarsia

Don ratón y doña Rata viven muy felices en el jardín de tía Amalita. Tienen cinco hermosos e inquietos ratoncitos que juegan y corren por todo el jardín. Chin-Chin, el más pequeñito es también el más curioso.

Un día vio junto a la puerta de la casa una canasta amarilla decorada con flores. Corrió y corrió hasta meterse de un salto dentro de la canasta.
La canasta era de la tía Amalita, que en ese momento estaba cerrando la puerta de la casa para ir al Súper. Levantó la canasta sin sospechar que allí estaba Chin-Chin.
El ratoncito viajaba contento, aunque algo mareado. Cuando llegó al super la tía Amalita le mostró la canasta a la cajera. Chin-Chin se acurrucó en el fondo y no lo vieron.

Tía Amalita iba por las góndolas buscando los ravioles. Chin-Chin iba escondido dentro de la canasta. Cuando pasaron frente a la heladera de los quesos, Chin-Chin los olió, y con agilidad y sin pensarlo, saltó arriba de los quesos. Comenzó a correr sobre los de cáscara colorada, los de rallar, los cremosos. Hasta le dio un mordisco a uno de color azul.
Todos los clientes se pusieron a gritar.
El dueño del supermercado, un chino de cara colorada, vino corriendo para atrapar a Chin-Chin. Algunos clientes lo ayudaban persiguiéndolo con escobas, plumero y secadores.
Chin-Chin asustado se escondió en el agujero del queso gruyere, y cuando el chino lo quiso agarrar de la cola, Chin-Chin se volvió rápidamente y se le colgó de la manga.
—¡Me quiere comer! —gritaba el chino y sacudió con fuerza el brazo y Chin-Chin salió volando cayendo justo dentro de la canasta de tía Amalita que estaba parada observando lo que pasaba.

Cuando todo se calmó, como no lo vieron más, el chino muy enojado, regaló a todos los clientes un trozo de queso. Cuando salieron del Súper Chin-Chin iba tranquilo debajo de un enorme pedazo de queso de rallar.
Tía Amalita volvió a su casa y dejó la canasta en el piso, abrió la puerta. Sacó el queso porque le daba impresión comerlo, y allí estaba colgado Chin-Chin sosteniéndose muy fuerte con las patitas y los dientes. Tía Amalita tiró presurosa el queso que fue a parar justo, justo en la entrada de la cueva de la familia de Chin-Chin.
—¡Miren lo que les traje! —gritó el ratoncito— ¡Lo compré en el súper!