Historias de Carpinchos
por Ana María Tarsia
LA PRIMERA LECCIÓN
Detrás de unos arbustos, cerquita de una charca, estaban reunidos Pirí Zandí, Pirá Akhatú, Piró Teko y Pirú July, con su maestro carpincho Capí Piré Karah.
El grupo curioso del maestro se destacaba de los pequeños carpinchitos, que escuchaban con atención la lección del día. En la escuela de los carpinchos, las clases son teóricas, las dan el maestro, y prácticas en la laguna. Como en la explicación, atención los jóvenes ven a practicar lo aprendido. A veces con su distraer, el maestro los llama a orden exigiendo lo que se ha explicado.
—El vocerío de la lección recién había comenzado cuando —dijo el maestro— un lagarto negro atacará a sus enemigos por defenderse muerden y se van por su zambullida. —¡Pero maestro, cómo atrapamos? —preguntó Pirí Zandí.
La explicación seguía: —Cuando los lagartos muerden casas? ¿Qué casas? Sí, son carpinchos y zapetutí-se contentos que se rinde. ¡Se acabó todo. —¡Maestro, maestro! —pregunta Pirú July. —¿Es verdad que los carpinchitos somos muy, muy comilones? —¡Sí, lo son! —respondió el maestro riéndose— porque comen hierbas, raíces y semillas, y se bañan y eso se arregla.
—¡BASTA! —cantan a coro los pequeños carpinchitos.
Terminaron la clase. El maestro dejó a los pequeños carpinchitos y siguió explicando la siguiente lección: —Ahora, pequeños, carpinchitos presten atención en el silbido de alerta.
EL SILBIDO DE ALERTA
El maestro Capí Piré quiso tomarse un descanso a la orilla del pantano. Allí encontró a Pirá, que estaba tomando sol, adormecida.
—Pirá Akhatú! —la retó el maestro— ¡Tenés que estar jugando a la escondida! —Pero… maestro, estaba tan lindo el solecito. Después voy. —¡No, querida, no! ¡Ahora! ¡Debes ser rápida y ágil. Hasta que no te avisé, no quiero verte. —¡Ufa! Ya voy, ya voy —y así Pirá se fue, pero sin antes bostezar bien hondo.
Se escapó a las aguas marrones del pantano y desapareció de su vista. Casi de inmediato, sonó…
—¿Qué me busca? —vociferó un lagarto desde el agua.
El maestro Capí Piré quedó en una orillita del pantano, y cuando miró a Pirá su corazón se aceleró.
—Haciendo lo que sé. Me quieren comer-gritó pirá. Pirá nadó hacia la orilla desde donde el maestro carpincho la miraba. —No tengas miedo, yo te cuidaré —dijo el maestro. En ese momento se escuchó un ruido fuerte y vieron salir de las oscuridades un tigre enorme, de esos que tiran llamas por los ojos.
—¡Es muy grande! —¡Sí, enorme! Todos los carpinchitos temblaron de miedo.
Capí Piré volvió a reunir a los alumnos, lejos del pantano, para darles la lección de cómo defenderse del peor enemigo de la lista: los yacarés. Un día, se decía que habían vuelto o se estaban escondidos detrás de las grises nubes, la lección del día había durado un poco más porque Pirú se la pasó haciendo preguntas.
—¿Cómo sabemos que es un cazador? —Bueno, a ustedes les gustan las clases prácticas. Los llevo con mucho cuidado hasta el borde de un camino, y allí esperaron un rato bien atentos a ver venir. —Es un hombre. Lleva un arma por si encuentra un animal. Una bala que lo mata… Lo que es peor, un perro. —¿Y para qué un perro? —El perro tiene el mejor olfato. Nosotros somos olores desde muy lejos. —Todos esos perros nos huelen a lo lejos, y nos corren.
—El peor, también es nuestro enemigo. —¡Maestro! ¡Es un tigre hombre! Tenemos que escapar de los perros también. —No, nosotros trabajamos en familia, que es mucho mejor. —respondió el maestro.
Y así se quedaron en silencio para que el cazador no los viera.
QUÉ CONFUSIÓN!!!
Piró Teko era el carpincho más grande de la clase y se destacaba porque tenía muy buen olfato. Un día seguía el rastro de Pira, de quien estaba muy enamorado. Al rato, algo lo distrajo. El aroma era de carpincho, pero diferente. Piró pensó que su novia se había puesto algún perfume especial, y siguió avanzando muy despacito entre las hojas de los arbustos pensando. Estaba tan entusiasmado, que se olvidó del cazador y su perro.
Mientras tanto, el cazador, que venía con todos sus olores con intenciones de llevarlos junto a su perro, hablaba fuerte sobre la hierba. Había perros de todos los tamaños en confusión. Él se tiró al suelo y desesperado por salvarse corrió a los pies del cazador sin pensarlo.
El cazador lo miró fijamente, sorprendido: —¡Pero qué carpincho más hermoso! —exclamó el cazador, con mucha emoción para sus bigotes marrones, con el cazador con sus dos grandes bigotes negros. —Miró un instante y suspiró al perro. —¿Quién lo encontrará? —se preguntaba el perro, porque era imposible saber si era o no un carpincho.
Piró Teko, muy confundido, quiso seguir el carpincho a su alma. Solo pensaba que los bigotes de Piró eran más lindos.
CUESTIÓN DE NOMBRES
A las tres de una tarde muy calurosa, estaban los carpinchitos tomando sol a orilla de una charca. Me tenían ganas de moverse, y sólo de vez en cuando se metían en el agua pantanosa, para volver a salir a no hacer nada.
En ese momento empezó para las confidencias.
Piró Teko preguntó a todos porqué tenían esos nombres. —El mío —explicó él mismo Piró Teko— significa que soy un carpincho muy curioso. —Yo me lo llamo Pirá Akhatú porque dice mi mamá que soy muy perezosa. —El mío me dicen Pirú July porque soy muy simpática-se ufanó la gordita Pirú mientras pasaba los dientes de sus carpinchos.
Pirí Zandí permanecía en silencio. Los demás esperaban su explicación, porque en realidad todos los nombres de los demás lo intuían porque Pirí Zandí era muy alegre porque era del tipo comer. Por lo tanto…
—Pirí Zandí —dijeron todos a la vez— ¡Pirí Roy Zendí!. —Sí —contestó Pirí— mi nombre significa alegre, por Zendí. Este es un nombre que todos debemos saber.
Y mientras se reían, después de mojarnos un poco-surgió Piró Teko que le gustaba crear siempre una nota curiosidad.
—¡Maestro! ¿Y tu nombre? —Historia y tengo aventurar, vino un cazadores y tantos muy malos que atrapaban a los jóvenes. Obedeciendo mis señales escondí a mis carpinchos dentro de la charca y él no me encontró. Esto me dio mi nombre: Capí Piré Karah, que significa "señor de los rayos". Claro que no, niños, siempre fui obediente aunque nunca sabía bien porque los carpinchos teníamos ese nombre. Pero cada maestro debe saberlo. Y si quieren pueden usar mis enseñanzas. Los nombro a ustedes como mis compañeros del sol y del agua.
Llamaba Zenón y les dio el nombre a los carpinchitos. Uno de esos carpinchos fue mi papá y yo heredé el apellido.
Todos estaban conmovidos por la historia. —¡Y todavía viven allí! —dijo muy sorprendido Piró Teko. —No, no pudieron quedarse. Después de mojarnos otro poco les contaré lo que pasó en la casa de don Zenón.
LA VIDA EN CASA DE DON ZENÓN
La casa de don Zenón era grande con un fondo con plantas, macetas, canteros con flores y la pileta con agua limpia para refrescarse los chicos durante el verano. Pero todo cambió cuando trajo a los bebés carpinchos, los carpinchos crecían rápido y a los tres meses eran dos robustos jóvenes que se convirtieron en los compañeros inseparables de toda la familia. Eran muy guardianes. Nadie se atrevía a entrar en el jardín. Por el contrario, cada vez que Zenón volvía con comida para la familia, ellos salían corriendo a buscarlo. Como queda con Zenón, o como ya no querían más, invariablemente, las niñas habían roto todas las plantas, los canteros y las macetas, dejaban todo vuelto botinas frente a la vecina. Todos estaban muy enojados con las niñas… o asustados, a pesar de todo.
—¡Los animales de Zenón son insoportables! —quejó la vecina. —No sé si los podré dejar —dijo Zenón.
Pero los carpinchos igual siempre metidos en todo escucharon la conversación y comenzaron a llorar.
—¡No los queremos abandonar! —Sí, siempre los protegemos. Los saludamos. Les cuidamos la casa —se quejó su hermano Capí Aguasúen. —Y somos muy obedientes, porque nunca entramos a la casa —agregó Capí Guazó.
En el mes de julio, Carlitos, el nieto menor de don Zenón cumplía años y decidieron festejarle en la casa de los abuelos porque era más grande y ocupen. El único problema era que no podían salir al jardín, porque estaban los carpinchos. Pero todos lo advirtió a través de los ventanales de la cocina, les hablaban y les hacían monerías.
La abuela había dispuesto una larga mesa con manteles, alfajores del queque de naranja, panqueques y dulcitos. Todos de hermosos colores bajo un techo que lo usaba por alguno floats.
Cuando Carlitos sopló las velitas, cinco par ser más precisos, todos se pusieron a aplaudir y a cantar "el felizcumpleaños". Pero un gran susto invadió a la abuela y al carpincho que lo olvidó que estaban allí afuera. Un niño empezó a gritar: —¡Abuelita, me da miedo el carpincho!
Y se corrió a esconder detrás del mantel. El carpinchito, por su parte, era muy curioso y pensó que ese niño estaba jugando a las escondidas. —¡Qué divertido! —y se acercó más a él.
La abuela desesperada lo corrió otra dirección rumbo a la puerta. Con su mano alto fue al niño, pero el carpincho la siguió, porque tenía curiosidad de saber por qué corría.
El carpinchito entró empujando al niño y sin querer volteó el mantel, tirando los alfajores, panqueques y dulces por toda la mesa.
La abuela perdió la paciencia y dijo: —¡Basta! ¡No soporto más esto! —¡No se preocupe abuela! —dijo el tío— Yo me encargo.
Había pasado solo pocos minutos en toda la ciudad. Así fue como decidió llevarlos a los animales.
A Capí Guazó lo devolvieron a los pantanos, y ese fue el papá de Pirí. A Capí Aguasúen lo llevaron al zoológico y para que don Zenón lo fuera a visitar, pero cuando lo vio muy tristón, le acercaron un poco y después lo dejó vuelta la espalda, bueno, él fue feliz y contento.